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miércoles, 20 de mayo de 2015

Entrada invitada: "Una triste historia", por Jesús Yusuf Isa Cuevas

Gracias a un comentario en Facebook donde me lamentaba que el sinvergüenza de René Mey se disponía a lucrar con la masacre de Ayotzinapa, Jesús Yusuf Isa Cuevas se puso en contacto conmigo y me dejó leer un texto donde relata una anécdota personal que involucraba a este tipo y a otro de la misma calaña: Isaac Goiz Durán, el padre de esa estafa —que tristemente se ha colado hasta en universidades públicas— conocida como par biomagnético.

Habiéndolo leído y después de indignarme, enfurecerme y entristecerme a partes iguales, le sugerí a su autor que lo hiciera público, ofreciendo para ello este humilde blog perdido en el ciberespacio. Jesús aceptó la invitación, y gracias a ello podemos leer esto, que pinta de cuerpo entero a estos traficantes del dolor y la ignorancia humana. 

Léanlo, y si les es posible, difúndanlo. La gente merece saberlo.

A.T.

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Una triste historia

por Jesús Yusuf Isa Cuevas.


El año pasado recibí un email reenviado por Yénika Castillo, mi muy querida amiga de Risaterapia. En ese mensaje, una señora, enterada de la labor que hacemos como Médicos de la Risa, pedía que visitáramos a su hijo ya que se encontraba deprimido porque se le había diagnosticado cáncer. Aunque regularmente no hacemos visitas domiciliarias, organicé un grupo de voluntarios, me puse de acuerdo con aquella señora y un sábado fuimos a hacer nuestra visita. Jaime Mizraín se alegró un poco, pues no recibía muchas amistades. Estuvimos con él poco menos de una hora, platicamos un poco, toqué mi ukulele y nos retiramos. Elisa, la mamá de Mizraín, y Jared, su hermana,  se deshacían en agradecimientos. Ahí pudo terminar la cosa, pero días después pensé que aquel joven de 25 años necesitaba otro tipo de visitas, diferentes a las que hacemos los Médicos de la Risa, así que un día fui a visitarlo personalmente. Ya sin nariz roja platicamos de su trabajo, de sus planes y de otras cosas. Su mamá me dijo que ya me conocían desde hace tiempo, por una vez que fui a tocar al Colegio Hidalgo. Mizraín estaba en la primaria, pero recordaba aquel concierto que les di. Cuando me reconoció como aquel extraño músico que vio años atrás se puso muy contento, así que decidí visitarlo otras veces. Supe que tenía un osteosarcoma en el fémur derecho. Que todo había comenzado con un dolorcillo y un entumecimiento de la pierna. En pláticas posteriores resultó que Elisa conocía a Tere, mi hermana, de cuando habían trabajado juntas en una escuela y le mandó muchos saludos.

Me contaron que Mizraín era vegetariano desde niño, que su padre había muerto de cáncer y que no quería hacer el tratamiento convencional. Él trabajaba en una empresa de gestión telefónica (los que llaman para cobrar a los deudores de los bancos) y contaba con seguro social, por lo que seguía recibiendo su sueldo por incapacidad. Obviamente, en el Seguro querían canalizarlo a Ortopedia y/o Oncología, pero él se rehusaba y daba largas a las citas con los especialistas. Me contaron que estaba haciendo un tratamiento con imanes con un médico de Tlaxcala. Como yo había estado abierto a las terapias alternativas, pensé que aquello tal vez pudiera funcionar.

Un día me llamó Elisa, porque tenían que ir a la terapia de imanes y no tenían quién los llevara. Mizraín ya no podía manejar porque le dolía mover la pierna derecha y Elisa no sabía manejar. Me preguntaron si yo podría llevarlos en su coche. Como era jueves y yo tenía libre los jueves, accedí a hacerlo. Desde aquel primer viaje me ofrecí para llevarlos semanalmente. No sé cuántos viajes hicimos, pero debo admitir que era un paseo agradable: salíamos por ahí de las 9 de la mañana, llegábamos a Tlaxcala cerca de las 11. Yo los esperaba afuera del consultorio tocando el banjo. Salían por ahí de las 12:30 o 13:00, nos parábamos por ahí para comer la comida que Elisa llevaba y regresábamos alrededor de las 3. Me intrigaba saber cómo era aquello de la terapia con imanes, pero ellos me contaban que el doctor les decía que sí se podía curar el cáncer así, que ya había curado a otros pacientes. Yo les decía que por qué no hacía, además de la magnetoterapia, su terapia convencional. Me explicaron que no podía hacerse, que el doctor decía que si recibía quimio al mismo tiempo que los imanes, ésta podría ser muy dañina.

En el consultorio del doctor había cuadros con diplomas de cursos relacionados con terapias alternativas, avalados por la Universidad de Chapingo. Eran muchos los pacientes que llegaban y el consultorio se veía igual que el de un médico convencional. Algunas veces salían y me contaban que en el “escaneo” había salido mejor o peor. Yo pensaba que el “escaneo” era algún tipo de diagnóstico con algún aparato o algo así. Incluso llegué a pensar en llevar a mi amigo Eitan, que padecía insuficiencia renal, para que se atendiera con el mismo médico.

Una vez, el doctor dijo que, para que el tratamiento funcionara mejor, tendrían que aplicarse los imanes con más frecuencia. Diariamente, de ser posible. Como Elisa dijo que no tenía dinero (ni yo tiempo) para acudir diariamente, el doctor dijo que podía enseñarle a algún familiar a colocar los imanes. Mizrain y Elisa me lo propusieron y fui con el doctor a que me enseñara. El procedimiento era simple: se tomaba un imán en forma de disco, muy potente, y se pasaba lentamente por la pierna afectada, mientras el paciente yacía acostado cuidando que ambas piernas estuvieran parejas, checando los talones constantemente. Cuando el imán pasaba por determinados puntos, había una ligera contracción que hacía que la pierna se encogiera. Se pegaba el imán con tela adhesiva, se tomaba otro y se hacía el mismo recorrido, ahora buscando el punto donde la pierna recuperara su longitud original. Se pegaba el nuevo imán, se tomaba otro y se repetía el procedimiento, hasta que la pierna quedaba con varios pares de imanes. Me sorprendía ver como la pierna, efectivamente, se alargaba o acortaba cuando se colocaba el imán en el punto adecuado. Según el doctor, entre más puntos se encontraran, la gravedad de la enfermedad era mayor. Los puntos cambiaban de lugar cada día, por lo que había que hacer dicho tratamiento diariamente, incluso dos veces, una vez en la mañana y otra en la tarde. Deseoso de ayudar a esa familia en desgracia, acudí dos veces al día durante varias semanas a aplicar la terapia.

En una consulta en Tlaxcala, el doctor dijo que el tratamiento estaba funcionando. Que en el “escaneo” ya no aparecía ninguna enfermedad, que el cáncer se estaba retirando y que el hueso estaba sanándose. Elisa y Mizraín salieron sonrientes, bromeando.
Pero no habían pasado ni dos días cuando recibí una llamada a las cuatro de la mañana. Era Jared, hermana de Mizraín, que me llamaba por encargo de Elisa. “Algo” le había pasado a la pierna de Mizraín: durante la noche “tronó” y se deformó. Aquella pierna que según el doctor de Tlaxcala estaba en proceso de sanación, simplemente se fracturó, carcomida por el cáncer. Acudí de inmediato a ver en qué podía ayudar. Elisa trataba desesperadamente de comunicarse con el médico de Tlaxcala y Mizraín miraba su pierna deformada asustado. Pronto llegó otra “doctora” que trabajaba con imanes y que vivía cerca. Propuso hacer un “escaneo” para ver qué era lo que pasaba, a pesar de que era muy obvio que la pierna se había fracturado. Como la pierna derecha estaba afectada, el escaneo no podía realizarse de manera normal, así que propuso utilizar el cuerpo de otra persona como “antena”. Me quedé frío cuando vi como se hacía el “escaneo”: Elisa se acostó y la “doctora” tomó sus tobillos para medir la longitud de las piernas. Luego habló, de manera no muy diferente a como lo haría un médium:
-Estoy con Elisa González para hacer contacto con el cuerpo de Mizraín Salgado… ¿Estoy en contacto con el cuerpo de Mizraín?- Repitió la pregunta varias veces hasta que, según ella, una pierna de Elisa se contrajo para dar una respuesta afirmativa. Cuando se “estableció el contacto” comenzó a decir parejas de órganos que leía de una lista, algo así como “hígado-timo”, “glándula suprarrenal derecha-cerebelo izquierdo”. Cada vez que las piernas se hacían desiguales, ella anotaba con qué par lo había hecho. Después de recorrer su lista de parejas, preguntó varias veces: “¿Es un tumor de cáncer?... ¿Es un tumor de cáncer?”. Hizo algunas anotaciones, e hizo que Elisa se sentara en la cama. Con aire de autoridad dijo:
-Su pierna está fracturada. Pero lo que él tiene no es cáncer…
¿¿¿Qué??? Me pregunté yo. No era necesario haber hecho ningún “escaneo” para ver que la pierna estaba fracturada. ¿Y cómo se atrevía a decir que no era cáncer con base en una pregunta contestada con una supuesta contracción? Exasperado, pero tratando de mantener la calma dije que lo importante era ver qué hacer en ese momento. Sugerí llamar una ambulancia y llevarlo a  Urgencias del Seguro. Mizraín, al borde del llanto, me dijo que no quería ir. Con toda calma le dije que lo que tenía era algo de emergencia, que no podía quedarse acostado con la pierna fracturada. Él temía que, llegando al hospital del Seguro, le amputaran la pierna. Lo traté de calmar diciendo que no harían algo así, que primero le harían estudios. Resignado, aceptó la propuesta. La “doctora” llamó al teléfono de emergencias. Mientras esperábamos que llegara la ambulancia, le pregunté cómo era eso de la terapia de imanes. Como la reconocí como una compañera de generación de la secundaria, también le pregunté que si había estudiado medicina. No, no había estudiado medicina, sino que había tomado un curso con un tal Dr. Goitz, inventor de aquella terapia. Le pregunté acerca del “escaneo” y me dijo que el ADN de las células “quería” hablar y que sólo había que preguntarle. Mi mandíbula inferior cayó hasta el suelo. ¿Preguntarle? ¡Claro!, el ADN se comunicaba con nosotros mediante las contracciones involuntarias de los músculos… Como llegó la ambulancia, ya no pude continuar con la muy científica conversación.

En el Seguro confirmaron lo que había pasado: el fémur se había fracturado espontáneamente a causa del tumor. Un médico le explicó que lo mejor era amputar la pierna para detener el avance del cáncer. Que con una prótesis podría llevar una vida normal… pero que la última palabra la tenían los especialistas, que le harían estudios para ver si era posible salvarle la extremidad. Después de pasar toda la mañana en Urgencias, mientras Elisa hacía trámites administrativos, Mizraín fue llevado en ambulancia al Hospital de Traumatología en el Distrito Federal. Por la tarde me llamó Elisa para decirme que había sido internado para que le hicieran estudios. Me encargó a Luna, su perrita chihuahua, ya que no sabían cuánto tiempo estaría internado…

Intrigado por la conversación con la “doctora”, investigué en internet acerca de la magnetoterapia. Su inventor o descubridor era un tal Doctor Goitz, que, según su página, hizo “investigaciones” acerca de los efectos del magnetismo en el cuerpo humano. Según su teoría, las enfermedades siempre son causadas por cuatro agentes patógenos: bacterias, virus, hongos o parásitos. Aun cuando no se trate de una enfermedad infecciosa, igual la causa es atribuida a uno de estos agentes, los cuales no aparecen en análisis clínicos convencionales porque se “esconden” en algún recoveco del cuerpo. Supongo que el ADN, tan platicador y chismoso, da el pitazo de donde se encuentran los muy malvados y entonces vienen los imanes a romperles su madre…

Por increíble que parezca, el tal Dr. Goitz tiene el aval de la Universidad de Chapingo. También tiene acusaciones en Chile y Costa Rica por fraude. Pero en México tiene su consultorio, tiene seguidores alumnos que lo veneran como un “gurú” e imparte un montón de cursos a estudiantes que no necesariamente tienen que tener estudios de medicina.

Unas tres semanas después, Mizraín fue enviado de regreso a su casa, en espera de los resultados de los estudios. Desde luego, a pesar de lo que el ADN le dijo a la “doctora”, se confirmó el diagnóstico: osteosarcoma. El tratamiento consistiría en quimioterapia para reducir el tumor. Luego tratarían de salvarle la pierna con cirugía. Pero Mizraín, para mi sorpresa, se negó. Quería seguir intentando lo de la magnetoterapia, pero ahora directamente con el mismísimo Dr. Goitz. Los médicos de traumatología aceptaron a regañadientes, dándole plazos para que los estudios radiológicos arrojaran alguna mejoría. Traté de convencerlo, pero fue inútil. Hablé con Elisa y me dijo que no podía hacer nada. Así que buscaron al Dr. Goitz. Afortunadamente, cuando les dio la consulta, yo estaba de viaje. No quería ser partícipe de un acto que, por muy esperanzador que pareciera, me resultaba simplemente estúpido.

Elisa me contó emocionada como fue la consulta: El Dr. Goitz no abrió los sobres donde estaban las radiografías de la pierna de Mizraín. Solamente pasó las manos por encima y supo cómo estaba su caso. La vi tan esperanzada que no me atreví a hacerle ver la idiotez de la situación. El Dr. Goitz, muy precavido, dijo que por qué se habían tardado tanto en irlo a ver, que el “doctor” de Tlaxcala había hecho mal el tratamiento. Pero que trataría de hacer lo que pudiera, aunque sin asegurar nada…

El tiempo siguió pasando y la pierna de Mizraín crecía poco a poco. La misma estructura burocrática del Seguro facilitó que le dieran largas a los médicos que proponían el tratamiento convencional. Incluso los médicos amenazaron con dejar de firmar la incapacidad, con lo que dejarían de pagarle. Pero aun así, pudieron ir “capoteando” la situación, eludiendo la quimioterapia.

La situación familiar no era fácil. Jared, la hermana mayor, trabajaba en el DF en una cadena de tiendas de ropa. Elisa se ayudaba vendiendo joyería de plata y quesos y se iban complementando con el sueldo de Mizraín. Sin embargo, la salud de Elisa se iba deteriorando. Tenía dificultades para caminar por un supuesto dolor de cadera. A veces padecía malestares digestivos y dolores abdominales. Sin embargo, por darle toda la atención a Mizraín, ella misma no se atendía. La “doctora” le ponía imanes para “ayudarla”.

Un día, en una visita que les hice, me dijeron que Mizraín estaba muy animado por una película que había visto. Se llamaba “Más Allá de la Luz” y trataba de un “sanador” que hablaba con los mismísimos ángeles y que tenía el poder de curar proyectando “amor”. Elisa me dijo que dicho sanador, llamado René Mey, estaba de visita en México. Que estaría en Zumpango y que si podría llevarlos…

Mi conciencia me impedía seguirles el juego. Le dije que Mizraín estaba perdiendo tiempo valiosísimo buscando curaciones milagrosas mientras se negaba a la terapia convencional. Le dije lo mismo a Jared y les pedí que hablaran con Mizraín. Ellas me dijeron que no podían hacer nada. Elisa me rogó que las llevara a Zumpango, que eso lo mantenía muy animado…

Antes de ir a Zumpango, por azares de mi trabajo como músico, fui a caer a la casa de un pianista cuya esposa, miren nomás qué casualidad, era la productora de la película “Más Allá de la Luz”. En una lujosa casa de Tepoztlán, Mor., la meca del New Age en México, departían varias personas, hablando muy animadas de ganancias y negocios que avanzaban. Entonces me di cuenta que hablaban de la misma película. Pregunté de manera despistada quién era el tal René Mey. Casi me pegan:
-¿No lo conoces?!! Es un sanador im-pre-sio-nan-te… Además, como es un ser de luz, no pide nada a cambio, todo lo da generosamente…

Observé a los que estaban ahí: un francés que resultó ser el director de la película, huésped de Paul, el pianista y su esposa María Eugenia, una mujer guapa aunque flaca y huesuda, que por no sé qué razón, me cayó mal. Estaba un señor como de unos 60 años, que hablaba mucho e insistía en hacer chistes malos. Paul, musitó a mi oído:
-¿Sabes quién es él?
-No…
-¡Es Carlos Martínez!
-¿?
-¿No sabes quién es Carlos Martínez?
-No…
-¡Es el “contactado” más importante del mundo! ¡Es reconocido por la NASA!
Para los que no lo saben, un “contactado” es una persona que ha tenido contacto con seres de otros planetas. El tal Carlos Martínez, hace años, afirmó haber visto un OVNI al que le tomó un video borroso y confuso (¡por supuesto!). También afirmó que a partir de esa experiencia, los extraterrestres se comunicaban con él (¿Para qué? ¿Para que les cuente sus chistes malos?). Este señor vivía de dar conferencias a crédulos, mostrando la “evidencia” de su video y era socio de la dichosa película “Más Allá de la Luz”. (Pregunta: si Carlos Martínez habla con extraterrestres y René Mey con los ángeles, ¿pueden comunicar a los extraterrestres con los ángeles? ¿De qué hablarían?: “Blip blip… hola Gabriel, quióbo Zamael. El otro día, cuando estacionaba el OVNI, los vi sentados en una nube…Y qué tal ¿mucha turbulencia?”).

También estaba una chica guapa pero no muy inteligente, seguidora fanática del tal René Mey y, según ella, era evidencia viva de que la magnetoterapia del Dr. Goitz la había salvado de una leucemia galopante. Mencionaron que el sanador estaría próximamente en Zumpango. Como si nada, dije que llevaría a un amigo con cáncer…
-Pero claro! ¡Él puede curarlo!...
Maria Eugenia decía que también ella se comunicaba con los ángeles. Es más: le inspiraban canciones que Paul arreglaba, grababan y vendían en CDs . Se hacía llamar algo así como “Azmari: la voz de los ángeles”. Las canciones eran de lo más fresa que puedan imaginar. Pensé que los ángeles que la inspiraban tenían un gusto musical muy pinche…
Más tarde, Paul, casi en secreto, me dijo:
-Estoy convenciendo a Carlos Martínez para que me presente… -bajó la voz en tono misterioso y miró a los lados, como evitando oídos indiscretos-
-…a sus hermanos mayores…
Se refería, sin duda, a los extraterrestres. Supongo que sus consanguíneos terrestres no serían mucho más simpáticos que él.
Tiempo después me enteré que Maria Eugenia, “Azmari: la voz de los ángeles” le ponía los cuernos a Paul con su huésped, el francés “cineasta”. ¡Qué angélicos y espirituales!

Convencido que había caído en una olla de imbéciles, pensé en el drama de Mizraín esperanzado en un farsante embaucador. Sin embargo, en contra de todas mis convicciones, accedí a llevarlos a Zumpango, donde René Mey daría una conferencia, una sesión de “sanación” y un taller de meditación.

En mi coche fuimos Mizraín y Fanny, su novia, Elisa, Jared y yo. Todos iban muy contentos de poder ir a conocer a tan “ilustre” personaje. Yo ya había investigado lo que se decía en internet del tal sanador. Me enteré que en Francia, su país de origen, tenía problemas judiciales por fraude. Sin embargo, no quería ser un aguafiestas y fui con mi mejor cara. El evento se realizaría en un lugar donde se hacen eventos como retiros y convenciones. Llegamos y el lugar estaba atiborrado. Había muchas personas con muletas y sillas de ruedas. La conferencia ya había comenzado. René Mey, un hombre calvo cercano a los 60 años, sin ningún rasgo sobresaliente ni personalidad carismática, hablaba con un español difícil de entender por el fuerte acento francés. Lo que decía era el mismo rollo que puede encontrarse en cualquier libro de autosuperación. Lo curioso era que decía que todas esas tonterías se las habían transmitido los ángeles. Dijo que también le hablaban los animales y las plantas y que todo se resumía al amor, que el amor lo podía todo… Una lágrima asomó a mis ojos y se arrojó por el abismo de mi cachete izquierdo al escuchar aquellas profundísimas palabras…

Una gorda vestida de blanco dijo por micrófono que a continuación se realizaría la “sanación”. Rene Mey volvió a tomar el micrófono y dijo que sus “terapeutas” pasarían repartiendo unos papeles para que cada quién anotara su deseo. Cuando todos los asistentes tuvieron su papel y un lápiz, pidió que cada quién, desde lo más profundo de su corazón, anotara lo que más deseara en ese momento. No quise quedarme fuera, así que también pedí papelito y anoté, con mi mayor sinceridad, el deseo que en ese momento me invadía con fuerza. Anoté: “Deseo que se acaben los farsantes como René Mey, que solo vienen a embaucar a los crédulos y a aprovecharse de ellos”. Pidió que colocáramos el papel sobre el corazón y pensáramos “con fuerza” en nuestro deseo (¿y cómo carajos se piensa “con fuerza”? ¿pujando? ¿apretando los ojos y poniendo cara de haber chupado un limón?). Seguí sus instrucciones al pie de la letra. Luego dijo que pusiéramos el papel doblado en la mano derecha y que, con esa misma mano, tomáramos la mano izquierda de la persona más próxima, para hacer una cadena con todos los asistentes para que así le fueran “transmitidos” todos los deseos. René tomo con ambas manos la mano de la persona en el extremo de la cadena y supongo que pensó con mucha “fuerza”, porque puso cara de estar cagando una sandía…

Luego, anunció que sus “terapeutas”, puras gordas vestidas de blanco, pasarían a recoger los papelitos (¡cómo! ¿Qué no le habían sido ya transmitidos?) con dos bolsas. En una, había que poner el papelito y en la otra, un donativo voluntario. Muy oportunamente repetía que “así como se diera, se recibiría”. ¡Ah, qué ser de luz tan generoso! Puse mi papelito en una bolsa y simulé poner una moneda de diez pesos. Cuando terminó la recolección, vaciaron la bolsa de papelitos en un cesto. La bolsa del dinero no la vi más. Por un momento pensé que haría algún acto de adivinación con los papelitos, pero no hizo nada. Sólo pusieron la cesta en el estrado. Luego  pidió que se acercaran todos los niños presentes. Se sentó con los pies cruzados en un cojín y pidió que sentaran a los niños a su alrededor. Otra vez imaginé que haría algún acto de magia, pero volvió a decepcionarme. Dijo que meditaría acompañado de la energía de los niños, que dócilmente se sentaron a su alrededor. Tal vez esperaban que repartiera dulces o globos en forma de perrito o algo así, pero nada. Sólo “meditó” inmóvil mientras los niños se impacientaban. Cuando abrió los ojos y se levantó, puso cara de imagen de San Martín de Porres. Las gordas retiraron a los niños y pidieron que se formaran en orden, porque había llegado el momento tan esperado en que René tocaría a los asistentes. Pidieron que no se amontonaran, que René pasaría con todos.

Ayudé a acomodar a Mizrain en una silla, sosteniendo sus muletas a su lado. René comenzó a recorrer las filas. Detrás de cada persona que tocaba, estaban dos gordas para “ayudar”. Una mujer lloró histéricamente cuando fue tocada. Otras personas caían hacia atrás y se quedaban sentadas, llorando o en silencio. Cuando estuvo frente a mí, pensé “con fuerza” en mi deseo, a ver si lo captaba. Digo: si habla con los ángeles, seguro podrá leer mi pensamiento. Pero no. Ni cuenta se dio. Sólo puso su mano en mi cabeza mientras las gordas me jalaban de los hombros para sentarme. Caí en la cuenta de cuál era su función: jalar a las personas para que pareciera que “caían” al toque de sus manos. Tocó a Mizraín en la cabeza y luego estuvo toqueteándole la pierna enferma, con cara de pujido. Luego tocó a Elisa, que lloraba en silencio…

Sentí rabia, impotencia, enojo… Aquellas personas, con muy poco sentido común, iban a que ese farsante las “curara”. Vi a unos padres, esperanzados, pidiendo que tocara a su hijo, un niño con una grave parálisis. Sillas de ruedas, muletas, bastones, personas sin pelo, personas con sondas, todo tipo de enfermos esperando que la solución de sus problemas viniera de ese timador. No hubo ningún milagro, ningún paralítico se levantó de su silla, nada…

Cuando terminó el recorrido, anunciaron que las personas que desearan tomar el taller de meditación, podrían inscribirse mediante el pago de $600. Una vez que tomaran dicho taller, estarían calificadas para abrir su propio “Centro René Mey” y dar “terapias”. Por eso anunciaban que había miles de “Centros René Mey” alrededor del mundo… Mizraín dijo estar cansado y que quería regresar ya. No quiso ver los videos y los libros que se vendían “como pan caliente” Me pareció ver una mirada entristecida. Durante el trayecto de regreso, no hablamos de lo ocurrido…

La siguiente vez que los visité, Elisa estaba enferma. Tenía dolores abdominales y no podía caminar. Tenía que ser sometida a una cirugía. No sé exactamente cuál era su enfermedad. Sólo sé que la operación se complicó, la condición de Elisa se fue agravando y tuvo que ser internada en terapia intensiva. Por si las cosas no estuvieran lo suficientemente mal, Jared fue despedida de su empleo. Demasiado agobiada para pelear, aceptó lo que le dieron de liquidación y se regresó a Pachuca. Ahora ella tenía  que hacerse cargo de los dos enfermos.

Mizraín me dijo un día:
-Dicen que la vida a veces nos da una patada en los huevos… Bueno, pues este es uno de esos momentos…
Su condición fue empeorando y necesitaba ayuda para incorporarse en la cama. Levantarse para ir al baño lo agotaba. Aun así, él se encargaba de hacer llamadas telefónicas relacionadas con la atención a su mamá. Lo ayudaba Fanny, su novia, que no se le despegaba nunca. Su pierna había crecido de manera monstruosa.
Yo quería visitar a Elisa, pero estuvo más de un mes en terapia intensiva. Cuando salió me avisaron que ya estaba mejorando y que ya podía visitarla. Era jueves. Me organicé mentalmente y decidí que el lunes la visitaría. Mizraín me dijo:
-Ya no puedo más. Quiero que me quiten la pierna. Quería intentar otras terapias, pero ya no puedo. Me quiero internar mañana. ¿Podrías llevarme en tu coche? Si pido la ambulancia, esto se va a tardar más… Recuerdo que tosió muy fuerte. Lo miré temiendo algo peor. Pareció leerme el pensamiento:
-Además, ya tengo el cáncer en los pulmones…
Quedé de acuerdo para pasar al día siguiente a las cinco de la mañana para llevarlo al Centro Médico. Más tarde me llamó y me dijo que un vecino se había ofrecido a llevarlo, así que ya no era necesaria mi ayuda. Ese mismo día, ya cerca de las 12 de la noche, recibí un mensaje suyo. Pensé que el vecino le había quedado mal. El mensaje decía: “Amigo, mi mamá acaba de fallecer”.

Lo llame de inmediato, pero no contestó. Le mandé un mensaje y le dije que continuara con sus planes de internarse. Al día siguiente muy temprano me llamó Jared para decirme dónde sería velada su mamá. Me dijo que Mizraín se había puesto muy mal y que el vecino lo había llevado a internarse. Ese mismo día, después del sepelio, lo alcancé en el hospital y de inmediato comenzaron a prepararlo para operarlo. Al día siguiente me avisó que lo operarían en las siguientes 24 horas, que todo estaba listo.

La operación salió bien, aunque le amputaron la pierna hasta la ingle. Además, con la operación y el cáncer, los pulmones se le llenaron de líquido, lo que le hacía que respirara desesperadamente a jadeos. Lo punzaron y le extrajeron más de un litro de líquido. Jared me pidió que me hiciera cargo de Luna, la perrita y que hiciera unos trámites en el Seguro de Pachuca. Cuando regresé a visitarlo, ya estaba un poco mejor. Me dijo entonces que, a pesar de todo lo malo, quería darme una buena noticia: Fanny estaba embarazada y sería papá. Lo felicité y le dije que la vida compensaba siempre. Me dijo que ahora tenía un motivo para luchar, para darle la batalla a la enfermedad. Quería conocer a su hijo y quería verlo crecer…

Estuvo varios días internado hasta que lo mandaron a su casa. Yo tuve trabajo, así que me mantuve sólo en contacto telefónico por varios días. Supe que pronto comenzarían las quimioterapias, aquello a lo que tanto temía, pues había visto a su padre sufrir unas quimios que resultaron inútiles y sólo prolongaron su agonía. Le pregunté a Jared si no necesitaban nada y me dijo que no, que la ambulancia lo recogería y lo regresaría cada vez que hubiera sesión de quimio. También le pregunté por el embarazo de Fanny. No había tal. Mizraín se quedaba sin su motivo para luchar…
Un día, muy temprano, Mizraín me llamó muy preocupado: Lunita, su perrita se había salido y había huido cuando lo sacaban para subirlo a la ambulancia. Por supuesto, no podían ir a buscarla y me pidió que lo ayudara. Yo había dejado a Alis, mi esposa, en su escuela, así que de inmediato fui a su casa. Por fortuna, no me costó trabajo encontrar a la huidiza perrita. La llevé a su casa, la metí y la dejé bien instalada.

Pasaron otras semanas en las que intercambiábamos mensajes. Me hice el propósito de ir a visitarlo personalmente. Pero fue tarde. Una noche, Jared me llamó y me dijo:
-Te hablo para avisarte que Mizraín murió ayer. Simplemente no despertó. Ya lo cremamos…
Me quedé helado, pensando en la inmensa y pesada soledad de Jared. En unas cuantas semanas había perdido a su familia, a su mamá y a su único hermano. Le dije que si no necesitaba nada. Estaba yo en vísperas de un viaje a Brasil. Le dije que cuando regresara la buscaría. Tenía pensado que, cuando pasara un tiempo prudente de luto, podría ayudarla a conseguir un trabajo. Pensé en hablar con David Maawad, un empresario textil al que le doy clase de saxofón. No sería muy difícil: Jared se había graduado con honores del ITESM y tenía experiencia en la producción de ropa.

Cuando regresé de Brasil, tuve una semana un tanto ajetreada, pues volvería a salir de viaje. Me prometí a mí mismo ir a visitarla cuando regresara de ese otro viaje. Le mandé un mensaje saludándola y y diciéndole que contara conmigo y cosas así. Solo contestó con un lacónico “gracias”. Pensé que la muerte de Mizraín sería el punto final de esta historia, que Jared, con ayuda de tíos y primos, reharía su vida. Pero me equivoqué.

Estaba yo en Nogales en un viaje de trabajo cuando recibí, en la madrugada, una llamada en mi celular. El identificador marcaba precisamente el teléfono de Jared.
-Hola Jared ¿Necesitas algo?- pregunté mientras pensaba en cómo ayudarla si yo no estaba en Pachuca…
-No soy Jared. Soy su prima. Le llamo para avisarle que Jared acaba de fallecer…
¿Qué? ¿Cómo? No entendía que ocurría…
-Pero… ¿qué pasó?
-Jared padecía lupus. La internaron hace unos días y hoy murió…

No pude contenerme y lloré. Lloré por Mizraín, un joven con sueños y aspiraciones cuya vida se truncó, no sólo a causa del cáncer, sino tal vez por la irresponsabilidad de “magnetoterapeutas” y sanadores. Lloré por Elisa, una mujer entregada a cuidar a sus hijos celosamente. Lloré por Jared, la última en irse de la familia… Pensé que tal vez había sido lo mejor, pues sin padre, sin madre y sin hermano, quedaba sola.

Me reproché no haber hecho más por ellos. Me reproché no haber sido más firme en desenmascarar la farsa de la dizque terapia con imanes. Me reproché haber pospuesto tres veces mi visita, primero con Elisa, luego con Mizraín y finalmente con Jared. Ahora, toda aquella familia con la que sin querer me involucré, todos ellos, se fueron. Una familia entera se extinguió sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Todo en unas cuantas semanas.

Quisiera echar el tiempo para atrás para poder ir a visitarlos, pero ya no es posible. La casa está sola. Me preocupaba mucho la suerte de Lunita, la chihuahua, que quedaba en el desamparo, pero me dijeron que la adoptaría un primo de ellos. Dicen que los perritos, a veces, cuando pierden a sus dueños, se mueren de tristeza. Ahora se, de primera mano, que la gente también puede morirse de tristeza. Dicen que Jared murió de lupus. Puede ser, pero yo creo que Jared murió de tristeza…

Septiembre de 2011.

Día de dibujar a Mahoma 2015




Se me había olvidado, así que hubo que garabatear.

AT